«The end of the line»

Hace un par de días asistí al estreno del largometraje documental «The end of the line», aclamado por la crítica y el público en su paso por el festival de Sundance. El tema, la sobrepesca. La base, el libro de Charles Clove, un prestigioso periodista de investigación. Algunos la han comparado con «La verdad incómoda»… Según mi humilde opinión, la película de Al Gore no le llega a «The end of the line» ni a la suela de los zapatos.

Seguramente sea uno de los mejores documentales de denuncia que haya visto nunca. Muy divulgativo y mediático, pero sin pecar de algo que muchos no soportamos: el sensacionalismo, un fruto más del ecologismo de postín. La película está repleta de imágenes de lo más variado. Algunas históricas y otras más actuales; algunas tal cual son y otras de una poesía hiriente aunque sin dejar de ser franca. También aborda la gran cuestión de «Todo esto está muy bien pero…¿yo qué puedo hacer?». Algo que brilla por su ausencia en muchos otros documentales de este tipo.

En ella aprendí que para alimentar los peces de las piscifactorías tienen que pescar el doble de kilos de anchoa que los kilos de pescado que obtienen de las granjas.  Entonces, ¿por qué no comemos la anchoa directamente? Pues porque es más fashion comer dorada o salmón. Llegados a este punto, algunos nos ponemos extemistas y decimos «Pues yo ya no como más pescado. Y ya está. Punto». Pero desde la pantalla nos dan otra opción mucho más racional. Se trata de preguntar por la procedencia del pescado que compramos. Así de simple. Nosotros, los consumidores, tenemos la última palabra… es la ley de la oferta y la demanda.

Se puede empezar por evitar todo aquél que procede de aguas extranjeras y que muy probablemente hubiera sido el sustento de los pescadores artesanales nativos. Esos mismos que lo único que han podido hacer es quedarse mirando boquiabiertos cómo enormes buques pesqueros europeos esquilman sus mares. Luego se ven obligados a emigrar, pero resulta que sus peces tienen visado para entrar en países extranjeros pero a ellos les repatrian. Por mi parte, evitaré también todo el pescado procedente de la pesca de arrastre. Aún recuerdo el día en que un buen amigo isleño, patrón de un arrastrero, me invitó a pescar. Un amanecer espectacular. Delfines por todas partes (aunque en realidad no sean tan majetes). Pero cuando se abrieron las redes y todo lo que contenían se desparramó por la cubierta, me quería morir. Corales, algas, peces machacados, estrellas de mar…todo el fondo hecho una maraña de vida muerta. Ellos recogían mientras yo corría de un lado a otro devolviendo al océano lo que podía en un gesto desesperado y estúpido. Y de fondo, un grito: «Ves? Ves todo lo que sacamos? Y luego dices que no hay pescado… Jáá!!» Entiendo que es su sustento, pero frente a la pregunta de si había pensado que igual de aquí a diez años quizás ya no podría contar con su fuente de ingresos porque se le habría acabado, se encogía de hombros y decía » Mira, déjalo… En esto, tú y yo nunca nos vamos a entender». Me temo que no.

Y al final, un mensaje claro: los océanos, por ley, son de los ciudadanos. Ni de los gobiernos, ni de los pescadores, ni de los comercios, ni de los restaurantes. Son nuestros…¿por qué no los reclamamos?

Una película brillante.

5 comentarios en “«The end of the line»

  1. Gracias, Ricardo…también por pasarte por aquí!!

    Jess, sí sí, es de hecho lo mejor que podemos hacer como consumidores…saber lo que compramos para poder escojer. Aunque eso no lo he dicho yo, lo aprendí de la peli…en realidad es tan sencillo que parece obvio, pero fue gracias a ella que caí en la cuenta. Espero que estés más animada. Un saludo energético!!

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